jueves, 12 de agosto de 2010

El fantasma de la ópera / Anfiteatro del Centro Histórico. 2010

Olivia Méndez en "La cancion de la noche" 
de El fantasma de la ópera

 

Olivia Méndez y Yusán Mulet en el dúo de 
El fantasma de la ópera

martes, 10 de agosto de 2010

Christyan Arencibia y Yoanli Navarro en La bella y la Bestia
Orquesta Sinfónica de la Escuela de Musica Paulita Concepción
Damián Pérez como "tenedor" de La Bella y la Bestia

domingo, 8 de agosto de 2010

Anfiteatro del Centro Histórico. Oficina del Historiador de la Ciudad

Anfiteatro del Centro Histsorico, inaugurado el 19 de mayo de 1936 y diseñado por los arquitectos Aquiles Maza y Eugenio Batista
La Vuelta al musical en 70 minutos en el Anfiteatro del Centro Histórico
La Bella y la Bestia
La Bella y la Bestia

La viuda alegre en el Anfiteatro del Centro Histórico

La viuda alegre en el Anfiteatro del Centro Histórico
La viuda alegre en el Anfiteatro del Centro Históricohttp://www.opushabana.cu/index.php?option=com_content&task=view&id=1077&Itemid=43

El jorobado de Notre Dame / Puesta en escena de Alfonso Menèndez 2008


El Anfiteatro de La Habana acogerá el estreno en Cuba de El jorobado de Notre Dame


Por Teresa de Jesús Torres Espinosa
Una historia de amor y pasiones desenfrenadas e intriga llega a la escena cubana en la versión musical  de Alfonso Menéndez sobre Nuestra Señora de París, una de las obras más exitosas del poeta, novelista y dramaturgo francés Víctor Hugo, escrita entre el 27 julio de 1830 y el 14 de enero de 1831. En torno a la conocida y versionada historia gira el musical  El jorobado de Notre Dame,  pieza que será estrenada en Cuba el próximo 21 de junio en el Anfiteatro del Centro Histórico  de La Habana, en ocasión del aniversario 72 de esa institución cultural.

Alfonso Menéndez, director general de la obra, ha comentado que para crear este espectáculo realizó una  profunda investigación sobre varias de las versiones musicales y cinematográficas realizadas desde The Hunchback of Notre-Dame (1923) hasta El jorobado de París, presentado en 1993 en el Luna Park de Buenos Aires, Argentina. Agradeció la colaboración de la soprano Maria Eugenia Barrios, quien le proporcionó una grabación del estreno de El jorobado en el Palacio de los Congresos de Francia, con música de Richard Cocciante y libreto de Lue Plamondon.

La versión musical de El jorobado de Notre Dame se inserta en los propósitos de rescatar el teatro musical en la Isla, lo cual  comenzó a hacerse realidad en julio de 2006, con el estreno de El fantasma de la ópera, y luego con la opereta La viuda alegre, en junio del pasado año. El jorobado… se mantendrá en cartelera en el Anfiteatro del Centro Histórico hasta el 7 de septiembre, siempre los sábados y domingos a las nueve de la noche.

La puesta en escena, en la cual interviene el Ballet de la Televisión Cubana, contará con coreografías de Caridad Rodríguez y del propio Menéndez y los roles protagónicos serán interpretados por José Luís Pérez (Quasimodo), José Siverio Monteros (Claudio Frollo), Christyan Arencibia (Esmeralda) y Yoandys Rodríguez Valdés (Febo de Cháteaupers), también formarán parte del elenco Miguel Díaz Jiménez (Clopin) y Renato Galamba (poeta). Como monjes Benedictinos se desempeñarán Ernesto Cabreriza Hernández, Michel Ahumada Socorras, Fahd Miguel Perrera Álvarez, Raúl Llerena Kzassitchkou, Júnior Martínez Fonseca y Héctor González Quevedo; la dirección coral será de Catalina Ayón, y los diseños de vestuario de Eduardo Arrocha y Elio Vives.

Gala por el Aniversario del Grito de Dolores. 2009. Anfiteatro del Centro Histórico.

Maylú Hernéndez en "Cucurrucucú paloma
Momento del Grito de Dolores
Crhystian Arencibia en Noche de Veracurz
Ballet Berta Casañas en Huapango de Moncayo

La viuda alegre. Anfiteatro del Centro Histórico

Dúo de VAlensiene yRosillón
Milko Zeta y Zancada
Openyng

miércoles, 4 de agosto de 2010

La vuelta al musical en 70 minutos. Anfiteatro del Centro Histórico

Anastasia.
Sebastian
Hércules

Aniversario 85 de Rosita Fornés. Anfiteatro del Centro Histórico / 2008

La Bella y la Bestia. Anfiteatro del Centro Histórico. Estreno en Cuba

Bella y Maurice
Platos
Gastón y Lefou
Cucharas
Din - Don
Bestia
Bella en el castillo de la Bestia
La vuelta al musical en 70 minutos (2010/05/20)





Un nuevo espectáculo prestigia el escenario del Anfiteatro del Centro Histórico, todos los sábados y domingos, a las nueve de la noche. Se trata de “La vuelta al musical en 70 minutos”, integrado por fragmentos de las obras “El fantasma de la Ópera”, de Andrew Lloyd Webber; “El jorobado de Notre-Dame”, de Byron Janis-Pepe Cibrián y Riccardo Cocciante; “Sueña” y “Fábula ancestral”, de “La Bella y la Bestia”, de Alan Menken; así como los estrenos en Cuba de fragmentos de “Anastasia”, de David Newman; “El Rey León”, de Elton John, y “Hercúles”, “La Sirenita” y “Aladino”, de Alan Menken. Algunas de estas obras fueron estrenadas en el coliseo habanero y llegaron a convertirse en verdaderos sucesos de participación en la ciudad, al punto de romper el récord de asistencia de público.
Este musical, como todos los de su género, ha exigido de los artistas mucho esfuerzo y ensayo, que se han coronado con el estreno de la obra. Acerca de este particular, su director general Alfonso Menéndez expresó: “El cantante de ópera lidia con su voz; el actor, con su actuación; el bailarín, con su baile, pero un comediante musical tiene, sin otra alternativa, que dominar voz, actuación y baile, y, por si fuera poco, exhibir su elegancia, su figura y su carisma, dotes muy difíciles de encontrar en una sola persona”.



Pero nada de estas exigencias amilanan al colectivo de la obra que tiene el compromiso de atraer a cientos de espectadores a este coliseo que hace del teatro musical uno de sus platos fuertes. Y es que al decir del propio Alfonso: “Los variados ingredientes que condimentan esta manifestación, la convierten en el más popular y comprensible de los géneros teatrales, porque no exige un previo adiestramiento auditivo o visual para encantar a espectadores de cualquier edad o cultura, pues si para la ópera o el drama, por citar solo dos ejemplos, se hace indispensable un gusto previamente entrenado, no sucede así con el teatro musical, en el que escenografía, vestuario, luces y un inagotable mundo melódico atrapan al neófito y lo conducen al que pudiera ser el primer peldaño para llegar a otras especialidades de las artes escénicas”.



“La vuelta al musical en 70 minutos” se mantendrá en cartelera hasta el 27 de septiembre. Los interesados podrán adquirir las entradas los días de función a partir de las cinco de la tarde, a un costo de 5,00 CUP o 5,00 CUC. Es gratis para los niños menores de 5 años.
A continuación aparece parte del elenco de la puesta, con la dirección artística de Alfonso Menéndez; diseño de vestuario de Eduardo Arrocha y Manolo Barreiro; coreografías de Caridad Rodríguez y orquestaciones de Marcos Badía.



Elenco
Eric, fantasma de la Ópera: José Luis Pérez, actuación especial
Christine: Olivia Méndez
Bella, Esmeralda, Anastasia, Sirenita, Christine y Jazmín: Christyan Arencibia / Ofelia Puig
Quasimodo: Carlos Rodríguez
Frollo, Rey León y Hércules: José Siverio Montero
Carlota y señora Pot (cafetera): Elaine Vilar Madruga
Sebastián, Lumier y Clopín: Yunior Martínez
Chip (tacita): Rosa María Fernández
Babette (plumero) y Aladino: Renato di Siqueira Galamba
Din Don (reloj): Yosmel Borroto
CUBAESCENA CUBAESCENA
Presentan versión habanera del El jorobado de Notre-Dame
Por: Alina Perera Robbio
10 de Agosto, 2008
Presentan versión habanera del El jorobado de Notre-Dame Ver Cartel del espectáculo

El jorobado canta y pregunta al abismo de la noche por qué él es diferente; por qué no tiene un ápice de gracia física. Ante su figura que se mueve como sombra fiel y apaleada, sentimos estar presenciando el clamor y la tristeza de todas las criaturas deformes y maltrechas de este mundo. Esmeralda, la gitana, pide para sí y los suyos un poco de piedad y respeto; y es como si todos los marginados de la historia mostraran la misma lágrima negra que baja por la mejilla adolorida.

Otras verdades universales nos conmueven, como esa de que el amor ha sido perseguido tantas veces, hasta ser atrapado en los mitos de la culpa y la herejía. Revelaciones tales llegan a nosotros si asistimos al Anfiteatro del Centro Histórico de la Ciudad, frente al mar que lame La Habana, para ver El jorobado de Notre-Dame, versión muy nuestra, y muy bella, de un clásico del francés Víctor Hugo, Nuestra señora de París, escrito entre 1830 y 1831, y que saliera a la luz en ese último año.

La versión habanera de la obra, cuya dirección artística pertenece a Alfonso Menéndez Balsa, demuestra que el teatro musical puede ser tan atractivo como cualquier otro género. La función es una joya que nos conduce por los caminos más edificantes de lo culto. Ahí está, sin que vayamos demasiado lejos: tan solo traspasando las puertas del Anfiteatro, cada sábado o domingo, y hasta el próximo 7 de septiembre, a partir de las nueve de la noche.

Mucho estudio y rigor llevó este empeño insular que cuenta de la bella bailarina Esmeralda, del deforme jorobado Quasimodo que maneja las campanas de la catedral de Notre-Dame, del archidiácono Claude Frollo, y del joven y atractivo capitán Febo de Cháteaupers. La maravillosa historia de cómo nació la función que ahora puede disfrutarse, cuyos detalles compartió para estas páginas el realizador Alfonso Menéndez Balsa, bastaría para que nos hayamos detenido en ella. Pero una arista humana, profunda, atrae poderosamente: son muy jóvenes quienes encarnan cada personaje del Jorobado... quienes han encontrado sentido y divertimento en la decisión de ofrendar sus horas a esta experiencia artística.

NACIMIENTO

¿Cómo nace el empeño de traer el Jorobado de Notre-Dame a La Habana? ¿Cómo se teje la historia con una música preciosa?, preguntamos a Alfonso. Buscando en su memoria, este apasionado del teatro musical nos cuenta que existía la intención de dar continuidad a una línea de trabajo, no muy explotada en la Isla, que había comenzado en el Anfiteatro con obras como Las Leandras, El fantasma de la ópera, o La viuda alegre.

«Estando en ese propósito — recuenta — la excelente soprano cubana María Eugenia Barrios nos hace llegar una grabación del musical Notre-Dame de París, estrenada en el Palacio de los Congresos de la Ciudad Luz, en un teatro fabuloso, con una pared como fondo, y decorados sencillos, aunque con un montaje escénico y una iluminación maravillosas. Cuando ella vio las imágenes pensó que la función estaba concebida para un lugar como el Anfiteatro, y tenía razón. La música, sin embargo, no me satisfacía del todo».

Comenzó entonces una intensa búsqueda en Internet, donde lo que siempre afloraba era la conocida película de Walt Disney. Hasta que se produjo un importante hallazgo: un compositor argentino famoso, Pepe Cibrián Campoy, quien ha hecho numerosas comedias musicales con cierto éxito, tenía una versión del Jorobado…, cuya puesta había tenido lugar en Buenos Aires en el año 1989.

Por su incesante exploración Alfonso supo que en la ciudad de Gardel, en una tienda, quedaban tan solo dos discos de esa función. Sin muchas esperanzas, mientras preparaba un espectáculo en la Plaza de la Catedral, Alfonso Menéndez comentó lo de los discos a un sonidista de Pablo Milanés, quien le dijo que, casualmente, pronto se iba a Buenos Aires.

«Un día, el menos esperado, apareció Mauricio, el sonidista, con el disco del Jorobado. Me gustaron tres o cuatro números musicales que sumé a los dos que ya tenía de la puesta francesa, pero eso no me hacía toda la obra. Y en ese trance surgió otro hallazgo: al pianista norteamericano Byron Janis, considerado uno de los grandes concertistas de los años 50, lo sedujo la novela de Víctor Hugo, y había compuesto un Humchback of Notre-Dame. Estuvo trabajando para estrenarlo, en el año 2001, nada más y nada menos que en Cuba, en el Teatro Lírico Rodrigo Prats, de Holguín. Pero el proyecto no pudo concretarse, y el mundo no pudo conocer sus partituras».

LA GITANA Y EL CAPITÁN

Cuando Christyan Arencibia, de 25 años, llegó al Anfiteatro y miró la altura del andamiaje sobre el cual debía subirse para actuar, preguntó atónita: « ¿Y es ahí donde debe subirse la gitana Esmeralda?». Porque ella le tenía pánico a las alturas. Un simple quicio sobre el nivel de la tierra le provocaba temblores. Por eso la primera vez que los monjes la elevaron acostada sobre una cruz de madera, se echó a llorar.

Esta muchacha que estudió canto lírico en el Instituto Superior de Arte (ISA), tuvo que vencer su fobia, y violentar su naturaleza de muchacha tímida, pues su personaje es el de una mujer suelta, de sensualidad desbordada. Al encarnarlo, con verdadera fuerza, ha vivido una experiencia no conocida antes, en un equipo de «gente unida y buena».

Para Yoe Rodríguez Valdés, de 25 años, quien estudió en la Escuela Nacional de Arte, tampoco resultó fácil interpretar al capitán Febo de Cháteaupers: «Debí aprender a estar todo el tiempo erguido. Muchas veces uno cree estarlo cuando no lo está. El personaje es un galán que todo el tiempo debe mostrar una postura física. Yo comenzaba derechito, y a mitad de escena estaba peor que el jorobado. Este esfuerzo profesional hace que la vida sea para mí menos aburrida, tenga otro color».

BÚSQUEDA SOSTENIDA

Alfonso mandó a buscar las partituras que Byron Janis había dejado en Holguín. Cuando tuvo esa música en sus manos, la sumó a lo que más le había gustado de las versiones francesa y argentina. Y con todo le seguían faltando tres números musicales para lograr una progresión dramática completa y coherente, y aquí aparecieron el Réquiem de Verdi y una de las misas de Puccini. Siguió buscando, en un largo trabajo de meses. Leyó la obra literaria de Víctor Hugo. Se agenció toda la información posible sobre la catedral de Notre-Dame en París, cuya construcción había comenzado en el año 1136 y finalizó, luego de diversas modificaciones, en 1345. El afán no descartó la investigación sobre la patología de un jorobado como Quasimodo.

QUASIMODO

José Luis Pérez Ramos, de 28 años, graduado de la Escuela Nacional de Arte y del ISA, hace un jorobado magnífico. De todos modos, él tiene su opinión al respecto: «No creo que lo logre tan bien. Es un personaje sumamente difícil que ha llevado estudio. He tenido que buscar dentro de la deformidad algo que sea cómodo porque debo moverme mucho sobre el escenario. Estamos hablando de un jorobado, pero no de uno cualquiera. Es alguien que se debate entre el bien y el mal, entre su amor por el cura que lo salvó, y su devoción pura, inesperada, por Esmeralda.

«Me he sumergido mucho en el personaje, y he confirmado que la bondad o la maldad en un ser humano no están determinadas por la ausencia de algún miembro u órgano del cuerpo. Lo más importante es el deseo de vivir, y saber para qué se vive. Trabajo para que la gente, así sea una sola persona en una función, se lleve el mensaje que necesita escuchar, porque al teatro no solo se va por hedonismo: vamos a él buscando respuestas. Yo puedo hacer televisión, cine, radio. Pero siempre que puedo vuelvo al teatro, que es para mí una tabla salvadora, es el espacio donde tengo todo el tiempo para pensar cómo encarnaré el personaje en la función del día siguiente».

DESTINO, DESTINO...

¿Dónde se diluyen lo real y lo imaginado? La interrogante reina en el aire mientras se conversa con cinco muchachos que forman parte del grupo de monjes benedictinos que simbolizan el poder de la iglesia en la obra del Jorobado. Cualquiera de ellos es digno del mejor guión sobre cómo alguien puede encontrarse a sí mismo. Héctor Eduardo González Quevedo, por ejemplo, de 27 años de edad, es proyeccionista de cine, se declara a sí mismo «un cinéfilo empedernido», y un «fanático de las estadísticas deportivas». ¿Cuánto habrá soñado, mientras obraba la maravilla de la proyección, con encarnar alguno de los tantos personajes que ha visto en la pantalla? Para él «Alfonso ha sido una escuela, un padre que está luchando por rescatar el teatro musical en Cuba, y cuyo mérito mayor es su confianza plena en la juventud».

Ubaldo Marín Torres, de 19 años, es el segundo ejemplo. Antes de llegar al Anfiteatro, hace dos años, solo hacía «bultos en telenovelas, aquí, allá. Mi vida era un poco monótona, buscando espacios que no encontraba. Aquí estoy perfecto. Esta es mi casa».

Aunque delgado, el monje que sostiene la gigantesca cruz de la catedral es Michel Ahumada Socarrás, de 27 años. En el Anfiteatro, hace tres años, percibe el cariño y la paz que no tenía. Nunca falta. Jamás llega tarde. «He tomado las cosas más en serio. Descubro que puedo hacer mucho más de lo que hago».

Personaje de lo real es Junior Martínez Fonseca, de 22 años, para quien su vida «ha sido un poco loca». Es profesor de Deportes, vive en Arroyo Naranjo, graduado de la Escuela Provincial de Educación Física. Por poco estudia Derecho, pero un suceso fortuito lo llevó a hacer un personaje en un serial televisivo. Desde niño soñaba con eso, pero no había tenido «el empuje, la oportunidad». Se sumó a una bolsa de talento artístico, hizo algún que otro papel en unas aventuras. Insistía, porque «no soy de esas personas que hacen caso a eso de: “tú no sirves para eso, ya no sigas más”».

Supo que en el Anfiteatro estaban buscando muchachos para hacer la obra del jorobado, y se le presentó a Alfonso. Aunque estaba a punto de incorporarse al Servicio Militar Activo, no se detuvo: salía de la unidad militar, iba a los ensayos, y regresaba para hacer guardias. «Y aquí está la obra. Me mantiene el tiempo ocupado. He conocido a muchas personas, de las cuales me siento orgulloso. Mis amistades y mi familia me dicen que hasta cuándo voy a seguir en estas cosas. Algunos dicen que estoy loco, que debo ir a un médico... Este mundo que he descubierto, en el cual yo puedo salir de mí para entrar en otro personaje, me fascina».

Y Fahd Miguel Perera Álvarez, de 24 años, es otra historia: estudió Gastronomía y la ejerció en los lugares más diversos, se apasiona con la informática, «pero siempre me ha gustado el cine».

Asumió un breve papel en un corto realizado por un amigo, y la experiencia le desató un mar de ilusiones. Un día supo del Jorobado de Notre-Dame en La Habana, y logró entrar: «Siento que gané un lugarcito más en la vida. Mi padre, con quien vivo, quiere que estudie otra cosa. Pero así estoy bien...». Alguien comenta en el grupo, como hablando en nombre de todos: «Destino, oh, destino...».

Al final del encuentro, Alfonso advierte que es «un verdadero mito absurdo, aquello de que no se pueda hacer teatro musical porque no hay artistas, gente, o porque no hay dinero. Sí se puede y debemos hacerlo, porque se está perdiendo el género. Te aseguro que en Cuba sí podemos cultivar un arte tan bello y edificante como este. Lo que hay es que estar dispuesto, porque cuando se quiere empiezan a desaparecer los límites y los obstáculos».

Fuente: Juventud Rebelde
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Un viejo mito en cuerda cubana

La versión cubana de La bella y la bestia representa todo un récord no ya dentro de nuestro intermitente teatro musical, sino en las artes escénicas todas. También la puesta per se exhibe logros encomiables

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Frank Padrón
cultura@juventudrebelde.cu
3 de Octubre del 2009 23:38:12 CDT

¿Apariencia contra realidad? ¿Valores reales ocultos tras imágenes falsas? ¿Civilización contra barbarie?... Esas y otras cuestiones lanza uno de los más antiguos mitos culturales: la bella y la bestia, para algunos presente ya en el siglo II d.n.e. (por ejemplo en El asno de oro, del griego Apuleyo), y que ha venido rodando hasta hoy, después de pasar por el verbo de varios escritores (Perrault, Barbot de Villeneuve, Jeanne-Marie Leprince de Baumont...), de conocer en el cine una versión devenida clásico (Jean Cocteau en 1945, con Jean Marais) y otra que va en camino (dentro de los dibujos animados, con varias nominaciones y premios de la Academia), para finalmente —contra lo habitual—, aterrizar en el teatro de las eficaces manos de Alan Menken (músico), Howard Ashman (letrista) y, poco después, de su colega Tim Rice, quien aportó nuevas canciones.

Lo cierto es que La bella y la bestia ha trascendido épocas y países, ha invadido y unido géneros artísticos y, sobre todo, ha roto barreras de públicos: el ingenuo relato del príncipe transfigurado en monstruo por un hechizo al que salva y devuelve a su primigenia condición real el amor de una doncella que, primero espantada, llega a amarlo cuando descubre lo sensible de su alma, sigue encantando a muchos por lo hermoso de la historia y lo universal y atemporal de su mensaje.

La bella… llegó a Cuba de la mano de un experimentado director de teatro musical (Alfonso Menéndez), responsable de anteriores muestras no menos célebres del género (El fantasma de la ópera, El jorobado de Notre Dame, La viuda alegre…) las cuales han conocido siempre un único y privilegiado escenario: el Anfiteatro de La Habana, el cual ha sido marco y testigo, en este último estreno, de 28 funciones ininterrumpidas durante seis meses, a teatro lleno, que sumaron más de 20 000 espectadores de todas las edades (aunque impresiona la mayoritaria presencia de niños, adolescentes y jóvenes) hasta la última función del pasado domingo.

Valga consignar también que el 85 por ciento del elenco estuvo conformado por muchachos que no exceden los 20 años y carecían de experiencia anterior en el teatro, prueba al canto de frutos concretos en eso que se llama «cultura comunitaria», como quiera que la mayoría procede del barrio que enmarca el coliseo en la Avenida del Puerto.

Si desde tales índices, la versión cubana de La bella y la bestia representa todo un récord no ya dentro de nuestro intermitente teatro musical, sino en las artes escénicas todas, también la puesta per se exhibe logros encomiables.

Comencemos, no obstante, por el otro lado: ciertos detalles que considero desentonaron un tanto sin llegar a «empañar» el resultado.

Ante todo, el poco elaborado maquillaje de la bestia, cuyo atuendo «repulsivo» pareció apoyarse más en un par de cuernos o el vestuario que en tal rubro decisivo: el rostro, no suficientemente expresivo ni trabajado como era necesario para comunicar esas dualidades (repulsión/atracción; aparente maldad/ternura real…) que constituyen la esencia del personaje.

Por otra parte, hay ciertos momentos (como la estancia inicial de la joven en el castillo y el proceso de acercamiento entre esta y el monstruo) que se dilatan en exceso, restando la fluidez que antes y después, afortunadamente, alcanza la puesta.

Sin embargo, en términos generales, el montaje resultó feliz de cabo a rabo: desde la dirección musical de Miguel Patterson, apoyado en las orquestaciones de Marcos Badía (abierta a conceptos contemporáneos, y que no desechó incluso ciertos elementos de la rítmica cubana) y en la competente labor del Coro del Instituto Cubano de Radio y Televisión, hasta las dinámicas y gráciles coreografías del mismo Menéndez que, al igual que todo el desplazamiento actoral, consiguió un movimiento tan racional como eficaz dentro del amplio escenario.

El vestuario del maestro Eduardo Arrocha, con la realización de la Hermandad de Bordadoras y Tejedoras de Belén, resultó no solo exuberante sino imaginativo y funcional: sobre todo la fecunda vajilla encontró desempeños magistrales en este fundamental escaño.

Creo que ningún elogio para referirnos a los actores sería más justo que este: no hay real barrera entre profesionales y la mayoría (amateurs o ya evaluados, pero con muy poca experiencia). Christyan Arencibia, Yoanly Navarro, José Silverio Montero, José L. Pérez Ramos, Joe Rodríguez Valdés, Junior Martínez y el resto del vastísimo elenco, protagonizaron una admirable labor individual y de conjunto que, en altísima medida, contribuyó al éxito de La bella y la bestia.

Hace poco discutíamos en la UNEAC sobre el teatro musical en Cuba, lo inadmisible de que se haya cerrado el local de Consulado y Virtudes y lo inaplazable de volver a contar con una compañía dentro de ese género, como se sabe, esencial.

La tropa de Alfonso Menéndez en el Anfiteatro de La Habana demuestra —acaba de hacerlo sin lugar a dudas— que pese a todos los pesares, sí se puede.

martes, 3 de agosto de 2010

La Bella y la Bestia

La ausencia de un teatro musical en nuestros escenarios, hizo que el Anfiteatro del Centro Histórico de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana asumiera el propósito de rescatar el género, que inexplicablemente fue desapareciendo de nuestras tablas, y a pesar de que tal intención fuera recibida de manera recelosa por algunos pocos y como casi utópica por otros muchos, nuestro empeño viene fructificando desde la puesta, en 2004, del sainete lírico Las Leandras, a la que siguieron en años siguientes los estrenos en Cuba de otros títulos del repertorio musical internacional, todos con un éxito notable.
Los principios de la Oficina del Historiador de la Ciudad que son: rescatar, restaurar y preservar el patrimonio material y espiritual de la nación, han guiado nuestro empeño. Cómo ignorar entonces, o desestimar, la insoslayable historia del teatro musical en Cuba, cuyos escenarios ya desde el siglo XIX servían de termómetro para las compañías europeas de ópera que decidían «hacer la América»; la aprobación en la Isla era el salvoconducto para el triunfo en el resto del continente –incluido Estados Unidos. No debemos olvidar tampoco, en el propio siglo, aquellos «bufos caricatos» que hicieron de las suyas y sentaron pauta, ni más adelante, en los albores del XX, las extensas temporadas del teatro Alambra, que durante más de treinta años mantuvo en la cúspide el musical, con autores, elenco y compositores nacionales. Posteriormente, nuestros tres grandes, Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig y Rodrigo Prats, convertirían la década de los 30 en la de mayor esplendor del teatro lírico cubano –único en el continente, con piezas como Cecilia Valdés, María la O, Lola Cruz, Amalia Batista y tantas otras.
La historia continuaría con la Compañía de revistas del teatro Martí, retomada al triunfo de la Revolución; con la labor en aquel mismo período del mexicano Alfonso Arau, que organiza, junto a Alberto Alonso, una compañía de teatro musical en el recién remozado Alcázar, asumido y dignificado mucho más adelante por el dramaturgo Héctor Quintero, que durante casi 12 años se encargó de mantener una programación de alto nivel artístico y dio a conocer clásicos del género –eso sí, contra viento y marea–, y con los maestros Nelson Dorr, José Milián y Jesús Gregorio, entre otros, quienes bajo la dirección del propio Héctor llenarían de esplendor, en los años 70 y 80, el teatro musical de la Cuba revolucionaria.
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Junto a Christyan, Yoanly Navarro Pérez, quien con José Luis Pérez Ramos alterna el papel de la Bestia.
Causas objetivas y subjetivas paralizaron este quehacer, entre otras algo de pereza, porque para nadie es secreto el enorme esfuerzo que exige llevar a cabo una representación en la que resulta indispensable cantar, bailar, decir… y actuar. De nada sirve, y más bien lastra, el consabido y justificativo discurso de que los consagrados del género envejecieron, abandonaron el país o desaparecieron físicamente. ¿Dónde queda nuestra responsabilidad con las nuevas generaciones de público y artistas? Jenny Lind, Enrico Caruso, Hipólito Lázaro, Renata Tebaldi, Erich Kleiber, Arturo Toscanini, Leopold Stokowski, Herbert von Karajan, Igor Stravinski, Heictor Villa Lobos, Libertad Lamarque, Victoria de los Ángeles, Teresa Berganza, y tantos otros, no llegaron a nuestra patria para disfrutar del clima y las playas: vinieron porque Cuba, insistimos, siempre ha sido una plaza importante, que clasifica para cualquier currículo, hasta el de los grandes, y debe seguir siéndolo.
Estos antecedentes estimulan nuestros propósitos, pero, aún más, la respuesta de un público joven, casi desconocedor del musical, que colmó cada noche el Anfiteatro con los estrenos de El fantasma de la Ópera, La viuda alegre, y El jorobado de Notre Dame, y —para nuestra sorpresa— la asistencia a estos espectáculos, supuestamente para adultos, de infinidad de niños, que acudían una y otra vez a las representaciones y eran capaces de entonar las difíciles melodías de tales obras. De ahí que en esta oportunidad nos aventuremos con otro clásico de todos los tiempos: La bella y la bestia, en su versión para adultos y en concierto, pero con la solapada travesura de dedicársela a toda esa muchachada que durante los últimos años ha sido capaz de disfrutar, entender y aprender con el Conde Danilo, el Fantasma o el deforme Quasimodo. Por esta vez, y a hurtadillas, trabajaremos para ellos, jugaremos con ellos. En definitiva el teatro es eso, un gran juego; muy serio, pero juego al fin, y sobre todo, sumamente necesario.
Alfonso Menéndez

Director del Anfiteatro de La Habana Vieja